lunes, 16 de marzo de 2015

CHUPATINTAS 1

Al ingresar a Banamex en Atotonilco, allá por principios de junio de 1954, a invitación persistente del gerente don Urbano Díaz Aguirre, no quise ser el tradicional empleado bancario conformista, como se decía.    
El Dr. José Guzmán Martínez, que le tenía muy buena voluntad a nuestra familia desde que llegamos a la ciudad en enero de 1945, me comentó:
-Te la vas a pasar bien en el banco, buen sueldo, aunque no de aquello; con aumentos de ley cada dos años, y de puesto o escalafón, dando por hecho que vas a ser un  empleado destacado porque te conozco, cuando el jefe quiera. Tendrás también buena posición social.  
Así que de inmediato, me dediqué con singular devoción a aprender a fondo, de manera analítica, lo más y mejor posible mi trabajo, y colaborar con el de los demás.
En todo tipo de empresas donde hay varios trabajadores, siempre ha habido jefes y compañeros de distintos caracteres. Entre ellos, algunos autoritarios, negativos y hasta ineptos; sin faltar uno que otro, digamos, más papista que el papa. Entorpecen el trabajo de los demás, afectando los objetivos del patrón. Su autoridad es caprichosa las más de las veces; el complejo de superioridad y sus limitaciones son más graves cuando comparece la ignorancia, y aún peor, la envidia y la venganza.  
En este artículo relaciono algunos casos de los muchos que me ha tocado experimentar con este tipo de personas. Expondré otros aparte. 
En el manual del banco, que solicité a mi ingreso al contador Enrique Moncada Hernández, con quien debo decir que al igual que los demás compañeros de la sucursal en Atotonilco, me llevaba muy bien, vi que en el catálogo de formas había una de asiento contable compuesto, que no se estaba utilizando y que incluso había existencia en el almacén de papelería. Era  para el pago sin aviso de giros expedidos por sucursales y bancos asociados, que duplicábamos elaborando dos asientos simples, uno al pagar al beneficiario y el otro al recibir la iniciativa o aviso correspondiente.     
Al aclararle muy ufano a mi jefe administrativo, reconozco que inconscientemente un poco vanidoso, el error que se estaba cometiendo, me espetó sin razonamiento alguno:
-Aquí las cosas se hacen y se seguirán haciendo igual y -tronándome ruidosamente los dedos- si no estás de acuerdo, ahí está la calle. El sopapo a mi buena acción e intención, tan gratuito e inesperado, me dolió bastante, pero lo tomé con la mejor filosofía.
Poco más de un año después, en septiembre de 1955, el Sr. Díaz Aguirre quiso llevarme como ayudante de contador, a su nueva gerencia en la sucursal La Paz, B.C. (número 9 en la fusión que Banamex llevó a cabo del Banco del Pacífico), pero Antonio Billión Vidal el gerente entrante, de carácter muy irascible, se opuso rotundamente con el pretexto de que todavía no me tocaba por falta de antigüedad, o sea, el nefasto escalafón, y porqué según él, estaba muy verde todavía, cuando le constaba lo contrario, por lo que ya había visto de mi trabajo. En realidad no quería prescindir de mí, porque desde su llegada le ayudaba en varias cosas que desconocía de la clientela.      
La razón por la que había aceptado ingresar al banco en 1954, después de rechazar muchas veces la invitación, fue la siguiente.
En septiembre de 1951, tres meses después de salir de la primaria en junio, y de los tres meses intermedios en un trabajo eventual pero muy interesante, que sólo iba a ser por uno, entré en el establecimiento La Colmena, ubicado en la calle 16 de Septiembre frente al mercado municipal Miguel Hidalgo, conocido negocio mayorista y menudista de diversos ramos, como  abarrotes, semillas y varios otros, el cual unos meses después ya estaba manejando como encargado.
Luego casi tres años después, un miércoles de la primera semana del citado junio de 1954, en una visita de la esposa de mi patrón con sus tres hijos pequeños, la Sra. Teres Aceves, a éstos les dio por jugar guerritas con el azúcar, la sal y otros productos que se vendían a granel en cajones de madera, adosados al mostrador, haciendo el tiradero y revoltijo correspondientes.
Como responsable del negocio, tuve que llamarles la atención, cosa que a su mamá no le pareció, diciéndome que eran más bravos los tenejales que la cal. No le contesté nada. Al rato como era la hora de cerrar para comer, se retiraron, no sin antes pedirme la señora dinero para algunos gastos.
Casi abriendo, un poco después de las cuatro de la tarde, llegó a la tienda el gerente rumbo al banco, que quedaba a unos pasos, en la esquina de Prisciliano Sánchez. 
 -Entonces que, ya te vienes a trabajar con nosotros –me repitió la constante oferta, con su atiplada voz poblana de Atlixco, de donde había llegado a Atotonilco.
-Ahí nos vemos el lunes próximo, don Urbano.
-¿¡De veras!? Me da mucho gusto que al fin, después de gtres años, aceptes mi invitación.  
-Como le digo, ahí nos vemos el lunes. Espero cumplir con el trabajo.
-Eso lo doy por seguro, me siento muy satisfecho que me digas al fin que sí.  
Y fue así como entré a Banamex el lunes 8 de junio de 1954.
En la noche de ese miércoles, regresó mi patrón, el Sr. Cecilio Hernández Quiroz, como acostumbraba en esos días, procedente de Apatzingán, Michoacán, donde rentaba unas tierras para la siembra de melón chino (cantaloup), que era una de las diversificaciones del negocio que se le ocurrían, confiado en que, según me reiteraba cada vez, yo podía manejar muy bien el negocio, que muy pronto, decía, me iba a pasar.
Después que revisamos los asuntos correspondientes, le dije sin más, que sólo trabajaría el resto de la semana porque el lunes me presentaría en el banco. Como reacción nerviosa se atragantó con el cigarrillo que traía siempre en la boca,  y una vez medio repuesto,  después que le froté la espalda, me dijo:
-¿Por qué te vas, cuánto te van a pagar, te pago el doble, qué pasó?
-No pasó nada, ni sé lo que voy a ganar, –para nada le mencioné la regañada injusta de su esposa- ya me comprometí con el Sr. Díaz.
El negocio quebró tres o cuatro meses después. 
En 1972, en mi gerencia de la sucursal Independencia en Guadalajara, llegó don Urbano, como Visitador de Gerencia de la Dirección del Banco, a pasarme visita, pero al encontrarme ahí, pidió evitar la inspección y pasar a otra sucursal, informando que no iba a encontrar cosas sustanciales que reportar.
El Sr. Billión Vidal, había llegado a Atotonilco en 1955 procedente de Ciudad Juárez, después de haber vivido un asalto muy sonado la sucursal. Recibió la gerencia de un interinato por tres meses del Sr. Carlos Mendoza Casasa, por la urgencia de la salida del Sr. Díaz. Su situación sicológica en un ambiente social fácil, conservador y relativamente tranquilo, pero muy dado a celebraciones y pachangas, por algunas actividades sociales no muy ortodoxas, el banco lo trasladó a una subgerencia en la ciudad de México, creo que a la sucursal Polanco.
En una de las dos o tres veces que en siete años salí de vacaciones en mi etapa de Atotonilco, aproveché para visitarlo. Se mostró muy condescendiente, ofreciéndome para empezar la sub contaduría, que estaba acéfala, asegurándome que pronto ascendería a otros puestos. Rechacé la oferta, porque deduje que él no tenía poder de decisión, y el ambiente laboral no era muy sano, y lo principal, no me gustaba el D.F. para trabajar.     
 

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