Varios vencimientos de los contratos de sus créditos
preferentes, avíos y refaccionarios, con garantías naturales e hipotecarias
suficientes, habían tenido que ser prorrogados. En esto contó mucho la voluntad,
confianza y visión del gerente, don Amador Murguía Blancarte, quien confiaba mucho
la responsabilidad del Sr. Flores. Este
señor contaba además con otras propiedades valiosas en Guadalajara, entre
otras, inmuebles urbanos en la zona de San Juan de Dios al oriente inmediato de
la Calzada Independencia, adyacentes a la antigua Plaza de Toros El Progreso.
Las fincas
valían muchas veces el importe de los créditos. Quería venderlas pero la
operación se había ido retrasando por el proyecto del gobierno, varias veces
aplazado, de la Plaza Tapatía. Dicho proyecto fue llevado a cabo hasta en el
gobierno estatal de Flavio Romero de Velasco 1977-1983, abarcó nueve manzanas
de poniente a oriente de la ciudad, a
partir del Teatro Degollado en el Sector Hidalgo, hasta el Hospicio Cabañas en
el Sector Libertad, incluida la construcción del primer túnel subterráneo de
Guadalajara, por la calle Hidalgo que arrancaría en el cruce de Zaragoza
con puente elevado en la Calzada
Independencia.
La Gerencia Regional, presidida entonces por don
Leopoldo Morales Solorzano, no estaba de acuerdo con las esperas concedidas, y había
ordenado tajantemente que se procediera de manera legal. Pero don Amador sostenía
su posición. Gozaba como funcionario del banco y como persona, alta estima y
aprecio de la clientela y de la comunidad. El asunto se convirtió en un estira
y afloja muy fuerte entre ambos funcionarios. Al tiempo el Sr. Flores hizo buen
negocio con las autoridades estatales, con todo y que tuvo que sacrificar el
precio y esperar algún tiempo para que le pagaran. En el inter, bajo su riesgo, el gerente, había seguido suministrando al cliente los recursos necesarios de supervivencia. Así, al no desmejorar más el rancho, conservarían su pleno valor las garantías y el cliente podría llevar a buen término la operación de los inmuebles. Los créditos y sus respectivos intereses, incluso moratorios, fueron liquidados totalmente, no sufriendo el banco quebranto alguno, y la su imagen del Sr. Murguía se vio acrecentada.
Este es un caso, junto con muchos otros, que tenían un resultado positivo en la banca de antes. Los clientes confiaban casi a ciegas en su gerente. La importancia de este personaje era tal que se comparaba, muchas veces con ventaja, con la de las autoridades políticas y eclesiásticas del medio. En la actualidad es raro que se den estas circunstancias. En primer lugar porque ya no hay gerentes de sucursal con facultades in situ que resuelvan en caliente, bien y con toda oportunidad las necesidades de los clientes. La filosofía y objetivos de los altos mandos bancarios son ahora distintos, como también la respuesta favorable e incondicional de sus funcionarios y empleados y también de la clientela en general.
Hoy en día las resoluciones de los servicios bancarios son manejadas por ejecutivos de cuenta u otros funcionarios, en ningún caso destinados permanentes en las sucursales. Se carece del tradicional y continúo trato humano y personal con clientes y prospectos. El gerente actual es un simple operador de servicios, acaso con un mínimo de facultades para las operaciones más comunes. Los costosos sistemas de cómputo que ni en sueños se pensaba antaño, ahora indispensables, han contribuido en mucho a la deshumanización bancaria. La estatización y luego la reprivatización, ambos acontecimientos manejados con falaz insanía por las autoridades y muchos de los nuevos banqueros, jugaron un papel determinante en el enorme deterioro y quiebra de la banca mexicana, que al momento está prácticamente toda en manos extranjeras.
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