lunes, 16 de marzo de 2015

¿TEQUILA?

El miércoles de la semana en que inicié mi primera gerencia, recibí temprano en la mañana una comitiva para invitarme a una reunión de bienvenida. En los dos días previos había conocido a la mayor parte de los clientes de la sucursal, acompañado del gerente Emiliano T. Espinoza Rochín, que me estaba entregando la oficina. La primera impresión con todos ellos había sido muy satisfactoria. 
-No es necesario. Pero asistiré con mucho gusto. Solo a donde no me inviten, no voy.
-Te pedimos que nos digas que tipo de licores te gustaría que lleváramos.
-Soy garganta universal, lo que acostumbren llevar.
-De todas maneras deseamos que nos digas tus preferencias.
-¿De veras quieren que se los diga?
-Sí, por favor.
-Bien, lleven tequila.
¿Tequila?
-Sí, nomás voy a decirles de cual
Fue así como a partir de esa ocasión señoreó en todas las reuniones del lugar el tequila  Herradura Blanco, y como segunda opción 7 Leguas o de perdida el Tequileño de aquellos tiempos, también blancos.
Luego ya instalado con mi familia, mi esposa y tres hijos pequeños, en la colonia ocupada básicamente por funcionarios e ingenieros del complejo textil Celanese Mexicana más importante del estado, formamos un grupo de nueve matrimonios que nos reuníamos por rol los sábados en la noche. 
Un grupo de comerciantes me propuso que los acompañara los sábados a comer después de las labores del banco (todavía trabajábamos dicho día de la semana) Así, hasta retirarme para cumplir con la reunión sabatina nocturna de la colonia, gozaba de un muy grato festejo con cinco o seis clientes importantes, básicamente hasta el momento en que daba cuenta de una botella de litro (en realidad 950 ml) del Herradura citado.  
Gracias a Dios me tocó desempeñar un muy buen trabajo en este lugar, según doy cuenta en otros apartados. Antes de contarles los incidentes siguientes acaecidos en este lugar en relación con los tragos, deseo dejar bien claro que en cuestión de copas, en ningún caso he dejado a su suerte a mis compañeros de farra, por en muy malas condiciones y alteraciones de ánimo en que se encuentren.
En el segundo día de trabajo o de entrega de estafeta de mi antecesor, éste, que realmente no podía lidiar muchas copas, o merced a esto como pretexto, le dio por maltratarme como vil carretonero. Lo llevé a su casa prácticamente en hombros y en la puerta ante la presencia en jarrillas de su esposa, ésta me repitió los insultos que en nada demeritaban los de su esposo.   
Un poco después fui invitado al festejo de cumpleaños de un abogado muy conocido, suegro de uno de los clientes. Notorio por manejar asuntos legales bajo procedimientos no muy ortodoxos, quien a poco de mi llegada me había ido a reclamar que a diferencia de mi antecesor, no le había turnado casos para su cobro. Incrédulo a mi indicación de que no había habido ningún caso,  y que de no ser así lo hubiera turnado al abogado del banco, que no era él, no le quedó más que aceptar  mi respuesta. 
La reunión fue en su céntrica y amplia casa en el centro de la ciudad, en donde también tenía su despacho. Me sentaron a mi izquierda dos damas bastante conocidas y populares, que uno ya de mis compadres del lugar y otros conocidos, me habían ponderado como magníficas y estupendas tomadoras, que aguantaban como el que más.
A los cinco o seis caballos formales de Herradura, blanco por supuesto, desconfié y en una levantada al baño de las mujeres, me di cuenta que estaban tomando agua mineral. Lo aclaré, confieso que no muy discretamente, con el encargado de meseros. El incidente fue conocido y comentado a todo color. Las falsas bebedoras no volvieron a coincidir conmigo en ninguna ocasión.  
Mi subgerente, Jorge Alcaraz, quien por cierto estaba anquilosado en el puesto desde hacía más de seis años, departía mucho con un grupito de amigos, me invitó en una ocasión a acompañarlos al club campestre del emporio Celanese, sin antes recriminarme, falsamente, que con ellos no hacía ronda. Tenía antecedentes de que con alguna frecuencia no salían bien de sus pachangas.
A la segunda botella de Viejo Vergel, que ellos acostumbraban tomar, ya estaban algo alumbrados y pasados de tono. Como yo ya tenía otro compromiso, me tuve que retirar. Terminaron en la casa de uno de ellos como el rosario de Amozoc. Mis supuestas segundas manos no se presentaron a trabajar al día siguiente.

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