lunes, 16 de marzo de 2015

CHUPATINTAS 3

Con un poco más de un año como subgerente en Zamora, Mich., a donde había llegado después de diez meses como contador en Tepic, Nay., a mediados de 1966 se le ocurrió, como en Atotonilco,  meter otra vez la cola al diablo en mi carrera en el banco. Al nombrar BNM gerente de Guadalajara al Sr. Adolfo Sánchez Medal, este fue a pedirle a don Claudio Pita Hurtado, mi gerente y su paisano, que me “prestara” para subgerente en su nuevo cargo, dados mis conocimientos de la plaza.
El señor Pita se opuso pero dejó a mi elección aceptar. Don Manuel Moreno Guevara, gerente regional, con la voz de trueno que compensaba su poca estatura física, me solicitó que aceptara la propuesta de su amigo Fito, ya que, decía, ser subgerente en Guadalajara era como gerente en  muchos lugares; que me aseguraba iba a ser sólo por seis meses. Al mismo tiempo intervino otro factor en la petición; la sugerencia de Fernando Veytia Jr., que en Tepic me encargué de llevarlo de la mano en su plan de entrenamiento mixto, por encargo de mi gerente don Gilberto Sarmiento Maldonado. Lo había conocido antes en Atotonilco un día que llegó con unos amigos a la sucursal a ordenar algunos servicios personales al amparo de papi subdirector BNM, quien llamó luego desaprobando su actitud. Como uña y mugre de don Adolfo, logró que éste lo nombrara subgerente después de Alfredo Bué Vázquez, y yo quedé injustamente como tercer subgerente.  
Dos años ocho meses después ¡Cuáles seis meses! Pasé por fin como  gerente a Zacapu, Mich., logrando gracias a Dios, una actuación no solo distinguida, sino extraordinaria, como doy cuenta en otra entrega. Les entregué mi puesto a Enrique Pérez Maestre y a José Quiroz Jr. Afronté en este forzado largo cargo, aparte del incumplimiento de don Adolfo y don Manuel, recargas de trabajo que el primero me encomendaba, varias por sugerencia de Veytia y algunos funcionarios foráneos, principalmente del Distrito Federal, como Fernando Garza Lira y Manuel Ibarra Ballesteros, con quienes mutuamente no éramos santos de devoción alguna, y sí de ellos un grupito de incondicionales realmente mediocres, que habían formado. En son de chunga me decía el Sr. Garza Lira gerentito en potencia, sin tomar en serio mi trayecto en BNM.        
Éste había consistido de siete años en Atotonilco donde empecé en junio de 1954, que deberían haber sido mucho menos. Se me negó por ejemplo irme de ayudante de contador a La Paz B.C. en septiembre de 1955. Luego le di varias vueltas a los departamentos, sin poder ocupar el puesto de volante que ocupaba el mismo compañero desde que ingresé a la institución; además suplí al contador por vacaciones, e hice prácticamente de todo por afán de ayudar y saber, como menciono en el relato que inició esta serie.
El escalafón y la miopía o conveniencia de tres gerentes sucesivos, no obstante aparentar lo contrario, me mantuvieron más de cinco años en espera, hasta que a propuesta e insistencia del Sr. Roberto de la Rosa Nuño, a petición de Rafael Ezqueda Garibay, gerente en turno que desde su llegada a Atotonilco me brindó total apoyo, salí con destino a la sucursal Guadalajara a desempeñar un cargo muy diferente. Pasé en mayo 15 de 1961 propuesto para ocupar el cargo de investigador en la calle, en el departamento de análisis de crédito de la sucursal Guadalajara que abarcaba más allá de su jurisdicción, al no haber todavía gerencia regional.
Don Amador Murguía Blancarte, mi gerente, en su lugar me confió la jefatura del citado departamento y ademas algunos asuntos que realizaban los subgerentes Joaquín Ruiz Fernández y Alfredo Bué Vázquez y luego Miguel Belmán Torres sustituyendo al primero. En este lapso, sucedieron cosas muy importantes, incluso dolorosas, de las que doy cuenta en Banamex Guadalajara Uno)
En Tepic, me había tocado trabajar muy intensamente con otro magnífico gerente, muy duro por cierto, que fue don Gilberto Sarmiento Maldonado, quien ya conocía mi carrera en BNM. Me ocupé ahí a su petición, aparte de las labores de contador, en  gran parte de las del subgerente Francisco Loera Carrillo, promovido al puesto desde la contaduría, principalmente elaborando los estudios de crédito y enseñándole a hacerlos, aunque no fue mucho lo que aprendió.
En la capital nayarita tuve varios incidentes que caen en el tema tratado; me ocupo de los siguientes:
Plasencia Motors de Nayarit le situaba cada viernes una cuantiosa orden de abono a la oficina regional de Ford en Mazatlán, Sin., que transmitía por teléfono al contador en dicha plaza, mediante el libro de firmas y contraseñas que entonces se usaba. Al tramitar este tipo de servicios, adicionalmente registraba los datos personales del receptor, la hora exacta del telefonema y algún dato anecdótico distintivo adicional. Un día el Sr. Enrique García Pérez, gerente de Mazatlán, reclamó en tono totalmente altanero y fuera de lugar una orden de un  mes atrás no recibida, pidiéndole al Sr. Sarmiento sin más que me corriera al instante. Al defender mi cabal y correcto proceso de transmisión, ante el jaloneo tan largo y agresivo, tuve que tomar el teléfono y hacer que su contador al fin confesara que había omitido dar curso a la operación.        
A invitación de Ramón Nuño Vázquez, cajero principal, anquilosado en el puesto en la sucursal, como no era raro sucediera en otros cajeros en más de una sucursal, asistí a unos días de mi llegada, a un festín de cumpleaños en el que la cliente y sus hijas nos atendían. A algunos de los concurrentes les disgustó el trato que me daban, principalmente porque era de Jalisco, por mi manera formal de vestir y azorarlos como tomador de tequila. Me echaron el caballo encima. Las cosas no pasaron a mayores, pero mi acompañante, antes que nada, puso pies en polvorosa. Al día siguiente al no poder explicarme su deserción, sólo se extrañaba que no me hubiera pasado nada.
En Zamora otro señorón de la gerencia como lo fue don Claudio Pita Hurtado, me recibió con los brazos abiertos, confiándome prácticamente la sucursal. Él también tenía información de mi paso por el banco y me propuso en su momento para ocupar la gerencia inicial de Sahuayo, Mich. Aquí hubo también varias tareas y sucesos fuera de lo común. Como un plan de financiamiento agrícola para el cultivo de la fresa a pequeños ejidatarios, que en combinación con la empresa Heinz Alimentos llevamos a cabo, cuya operación de mucho trabajo, como en varios otros casos, don Claudio dejó a mi decisión aceptarle o no a la dirección del banco. El resultado fue muy bueno, pero en el ciclo siguiente se suspendió por mi traslado a la 110. También desarrollé aquí una personal campaña de ahorros básicamente en las escuelas primarias, con la que obtuve el Campeonato Olímpico por número de cuentas.
Por las cargas de trabajo y la consecuente cantidad de firmas y autorizaciones que me correspondían, decidí utilizar para todo tinta sepia de una marca especial, que no era común. Así, resultó que un día un cuentahabiente de ahorros le reclamó a la sucursal un falso retiro de $25,000.00, de 1965, que obvio caía bajo mis atribuciones. Al comprobar en el paquete de comprobantes que mi inicial, por cierto muy bien imitada, se había hecho con tinta azul. Después del jaloneo respectivo, al jefe de ahorros, no le quedó otra opción más que confesar su delito y ratificarlo al Sr. Pita.    
 

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